miércoles, 15 de septiembre de 2010

PSICOLOGÍA SOCIAL COMUNITARIA
CLASE 2
EL CONCEPTO DE SALUD

PROFESOR CARLOS ALBERTO PRADA

Me parece que en todo lo que vayamos haciendo de ahora en más, tenemos que tener la idea de salud, como en la brújula tenemos el norte. Paradójicamente, cuando yo hice la carrera de psicología, me encontré con que en la mayoría de las materias se daba por sobreentendido que ya todos sabíamos que es la salud. No había preguntas ni discusiones sobre ese asunto. Se hablaba de qué cosas son más saludables y qué cosas son menos sanas, en función de si sufrimos más o sufrimos menos. Pero yo no estoy muy seguro de que ese sea un buen parámetro. Si ante cualquier dolor recurrimos a la morfina, no vamos a sentir ningún dolor, pero no creo que por eso vayamos a estar más sanos. Sin embargo, cuando se alivia el dolor nos sentimos mejor que cuando nos duele. Entonces, me parece que necesitamos pensar un poco en el concepto de salud. Creo que nos va a ayudar pensar en ese concepto. Porque después todo lo que digamos en el sentido de lo que nos parece mejor y lo que nos parece peor, lo más sano y lo menos sano, va a tener que estar referido a ese concepto de salud al que hayamos llegado. Una de las cosas que a mí me preocupa es que pensemos que lo que define a la salud es el equilibrio. Si yo pregunto qué es la salud, en seguida aparece eso del estado de equilibrio entre el organismo y el medio ambiente. Esto es así porque en gran parte del mundo académico y hasta en la organización mundial de la salud se la define de esa manera. Yo no digo que todos estén equivocados, porque en una de esas el equivocado soy yo. Lo que yo les digo es que a mí no me sirve ese concepto. Cuando hablamos de salud mental, esa definición no me sirve. Puedo admitir, hasta por ahí no más, que sea un concepto aceptable para pensar en la salud biológica. Y acá empiezo a hacer una primera distinción. Para mí, no es lo mismo la salud biológica que la salud mental.
No creo que seamos esa unidad bio-psico-socio-espiritu-cultural, de la que se suele hablar. Si somos una unidad así, en todo caso, es una unidad constituida por un conjunto heterogéneo de cosas muy diferentes, a las que no se puede analizar con los mismos parámetros.
Por eso no me sirve definir la salud mental como se define la salud biológica. En la biología tal vez se pueda llegar a pensar en un equilibrio entre las tensiones que sufre el organismo, y las posibilidades que el medio le brinda para reducir esas tensiones. En esa interacción organismo medio, quizá se pueda lograr un equilibrio inestable, porque en el mejor de los casos, las necesidades se satisfacen en forma transitoria. Yo acepto esto en lo que se refiere a la biología, no lo he profundizado, pero aparenta ser razonable y no lo vamos a discutir ahora. Pero a nivel de la salud mental, eso del equilibrio no lo podemos dejar pasar. Empiezo con este tema porque aspiro a que cuando terminen de cursar esta materia, no sólo se acuerden de que yo dije que la salud no es el equilibrio, sino que además me ayuden a pensar en qué medida es una locura o es algo razonable plantearlo de esta manera.
Esto lo vamos a ir poniendo a prueba en función de otros conceptos que vamos a desarrollar.
Entonces, si la salud no es un equilibrio, ¿qué es la salud?
Una persona desequilibrada, ¿sería una persona sana? Si yo afirmara esto ya estaría en un discurso medio loco, medio desequilibrado. Para no correr el riesgo de que me internen, les prevengo que no se trata de que la salud sea el desequilibrio. Me parece que es una dicotomía falsa plantear la salud en términos de equilibrio o desequilibrio. No me sirven a mí esas categorías para pensar en la salud mental. Hay personas obsesivas que son muy equilibradas, exageradamente equilibradas, y no creo que eso sea saludable para estas personas. Porque si no, no entendería qué función cumple el síntoma.
Esta crítica al concepto de salud como un estado de equilibrio entre el organismo y el medio, no es algo que estoy inventando yo para confundirlos a ustedes. Son cosas que se vienen discutiendo y yo lo tomo de Georges Canguilhem que es un filósofo francés que ha escrito mucho sobre esto, en “Lo normal y lo patológico”, Buenos Aires, Siglo XXI, 1986 “El conocimiento de la vida”, Barcelona, Anagrama, 1976, entre otras obras.
Sandra Caponi es una doctora en lógica y filosofía de la ciencia, profesora en el departamento de salud pública de la Universidad federal de Santa Catarina, que escribió un trabajo muy completo sobre las ideas de Canguilhem acerca de este asunto.
“Canguilhem y el estatuto epistemológico del concepto de salud”
Canguilhem ya plantea la necesidad de cuestionar esas definiciones casi hegemónicas de la salud, para poder señalar cuáles son sus límites y sus dificultades. Esta problematización del concepto corriente acerca de la salud, tiene un objetivo fundamental que es llamarnos la atención sobre el hecho de que el ámbito de los enunciados, de lo discursivo, se entrecruza permanentemente con el ámbito institucional. Es por eso que la aceptación de un concepto va mucho más allá de un mero enunciado. La aceptación de un concepto implica determinado direccionamiento de las intervenciones sobre el cuerpo y la vida de los sujetos. Lo que también implica una redefinición de ese ámbito institucional que es el espacio donde se ejerce el control de la salud de los individuos.
Canguilhem refiriéndose a la normatividad dice que las normas visibles siempre son el producto de un poder regulador previo. Este me parece un concepto fundamental que no tenemos que perder de vista. En el pensamiento de Canguilhem la salud tiene mucho que ver con la anomalía. Porque la salud en el ser humano, según esta idea que les propongo, esta relacionada con la capacidad de crear. Y normalmente, nadie crea. Con esto quiero decir que el acto creativo siempre, de alguna manera y en alguna medida, implica una ruptura con la norma. O sea, se entiende como norma algo que está establecido, algo que es predecible. Hay normas que se deben cumplir y sólo se considera normal aquello que se adecua a esas normas. Normas que como ya vimos, son producidas por un poder regulador. Pero la capacidad creativa no se adecua a la norma, sino que produce cierta ruptura con la norma.
Entonces, decimos que la salud implica capacidad de crear y que la creación implica anomalía, por lo tanto, la salud implica anomalía.
Cuando hablamos de la capacidad de crear no nos referimos sólo a la capacidad creativa de los artistas. Es cierto que los artistas tienen una gran creatividad. Pero todos nosotros en la vida cotidiana, nos enfrentamos a cada paso con situaciones problemáticas. En cualquier momento aparece un problema que puede ser importante o intrascendente, pero que está fuera del repertorio de situaciones habituales para las que ya tenemos respuestas preparadas. Y en esos casos, tenemos que desarrollar cierta capacidad creativa para resolver estos tropiezos inesperados. La mayor plasticidad para generar nuevas respuestas es lo que caracteriza el concepto de salud mental que yo les propongo pensar. En cambio el equilibrio más bien tiene que ver con aferrarse a una rutina de respuestas preestablecidas. Desde este punto de vista, esas personas de las que decimos que tienen carácter muy fuerte, porque no ceden, porque nunca cambian de idea, podríamos decir que son enfermas. Muchas veces la persona tozuda, que no vacila, que no atiende razones, nos despierta simpatía y hasta admiración. Porque en general somos inseguros y nos sentimos bastante débiles ante la novedad. Ojo, que a veces la tozudez hace falta para luchar por un ideal, y yo no me estoy refiriendo a la tenacidad de los idealistas, sino a el empecinamiento porque sí, a la incapacidad para la autocrítica. Hablo de esas personas que cuando se les señalan sus errores, en lugar de proponerse reflexionar, zanjan la cuestión diciendo que siempre fueron así, y que no piensan cambiar. Ese tipo de actitudes es el que no me parece saludable.
Ustedes ya se estarán dando cuenta de que esta concepción de salud que estoy exponiendo es riesgosa. Caponi en el trabajo que mencioné, habla de un concepto de salud en Canguilhem, que tiene que ver con la apertura al riesgo. Donde el déficit de salud, tiene que ver con la restricción del margen de seguridad, o sea, con la limitación del poder de tolerancia y de compensación a las agresiones del medio ambiente.
Digo que la concepción de salud que les propongo es riesgosa, porque podría dar lugar a suponer que cualquier innovación es un signo de salud. Pero si se tratara de una innovación que consistiera en venir a la facultad en ropa interior, yo no diría que eso es un signo de buena salud. Es evidente que no cualquier innovación, no cualquier forma de romper con la norma puede considerarse saludable. Entonces, necesitamos ver qué tipo de anomalía y en qué casos, vamos a decir que es saludable. Tenemos que afinar un poco más la puntería para ver en qué nos podemos basar para distinguir cuáles innovaciones son saludables y cuáles no. Y aquí me parece que tenemos que empezar a hablar de qué concepto tenemos nosotros del ser humano.
Para esto yo casi siempre recurro a un concepto de Espinoza, un filósofo que sondeó en el alma humana de una manera maravillosa. Una de las cosas que él dice en el tratado de la ética, define la alegría, como la posibilidad que tiene el ser viviente de desarrollar sus potencialidades. Es decir que todo aquello que obstaculiza el desarrollo de las potencialidades del ser viviente, es contrario a la alegría, tiene que ver con la tristeza. En este sentido podemos hablar de alegría y de tristeza en todos los seres vivientes, no sólo en el ser humano. Ustedes habrán escuchado muchas veces a personas que aman las plantas, que cuando una plantita está linda, llena de flores, dicen que está contenta, que le gusta el lugar donde la pusieron, etcétera. Y cuando la ven un poco mustia, dicen que se puso triste, que no le gusta ese sitio y cosas por el estilo. Muchas veces parecen ingenuos estos comentarios. Y sin embargo, nosotros podemos decir lo mismo, hablando en términos de Espinoza. Esta es una definición de la alegría y de la tristeza, que tiene que ver con la vida en sí misma, por eso no se limita al ser humano, sino que es válida para todos los seres vivos. En ese sentido yo los invito a pensar que la anomalía que nosotros vamos a considerar saludable, es la anomalía que contribuya a la alegría.
El inventor de la picana eléctrica fue un tipo creativo, hizo una innovación, Pero, ¿contribuyó a la alegría? Espero que digan que no, porque de lo contrario, me daría mucha tristeza. Para profundizar en esta concepción de Espinoza pueden ver Giles Deleuze, Spinoza: filosofía práctica, Cuadernos íntimos 122, Barcelona, Tusquets Editores, 1984, 170 pp.
Entonces, creo que queda claro a qué me refiero cuando digo que no cualquier anomalía es saludable, que no cualquier desequilibrio contribuye a la alegría, . Pero insisto en afirmar que la armonía y el equilibrio perfectos, no pueden servir como parámetros para definir la salud mental.
Tenemos que ver por qué decimos que para llegar a la alegría hay que pasar por la anomalía de la creatividad. Antes quiero aclarar que no hablo del tipo de alegría que se busca en estímulos como el alcohol. Me refiero a la alegría de sentirnos reconocidos como creadores de una innovación que contribuye a la alegría de otros.
Para tratar de explicar por qué emparentamos a la alegría con la creatividad, antes tenemos que hablar de nuestra concepción acerca de cómo se constituye el sujeto, de cómo se constituye el ser humano. Y les propongo pensar que el ser humano se constituye fundamentalmente, en la relación con los otros. Y se constituye en tanto y en cuanto, es lenguaje. Fíjense que no digo que el ser humano tiene lenguaje, sino que digo que el ser humano es lenguaje. Porque no estoy hablando del lenguaje como instrumento. Hablo del lenguaje como condición sine qua non, para que el sujeto pueda desarrollarse como tal.
El lenguaje humano tiene una característica específica que lo diferencia de todos los demás lenguajes. Hay un lenguaje de las flores, un lenguaje de las abejas, un lenguaje de las computadoras, etcétera. Pero hay una cualidad del lenguaje humano, que no la tiene ninguno de esos lenguajes. Porque el humano, es el único lenguaje polisémico.
La polisemia se debe a la imprecisión y a la insuficiencia del lenguaje humano. Porque nuestro lenguaje no puede nombrar las cosas de un modo preciso, directo y sin ambigüedades. Siempre que escuchamos una palabra, además de escuchar, interpretamos. No somos receptores pasivos de los mensajes. Somos receptores, pero al mismo tiempo, somos interpretadores de esos mensajes. El lenguaje humano es siempre impreciso, es siempre insuficiente. Porque siempre es producido por más de un ser humano. Siempre involucra a más de un sujeto y por lo tanto, está sometido a diversas interpretaciones. El lenguaje consiste en una serie de pactos que hacemos entre nosotros para poder nombrar las cosas.
Ahora bien, todo lo que queremos nombrar, siempre está referido a algo que buscamos permanentemente a lo largo de nuestra vida. Ese algo, que siempre buscamos es el amor.
El amor, en tanto sensación de plenitud, en tanto sensación de completud. El amor, en tanto encuentro total con el otro.
Esta definición del amor, hace que entendamos que el amor es imposible.
¿Para qué buscarlo, entonces, si es imposible? Porque no buscarlo es patológico. Si no lo buscamos, no vivimos. No buscar el amor es negarse a la vida. No buscar el amor es negarse a la alegría.
Buscar el amor es buscar el encuentro con el otro. Dejar de buscar el encuentro con el otro, es dejar de vivir, es dejar de lado la alegría.
En la perversión no existe esta alegría de buscar el encuentro con el otro. En la perversión no está presente el goce que genera la ilusión de superar la soledad.
El perverso no busca encontrarse con el otro en el amor, sino que necesita reducir al otro a la condición de objeto de su goce. Para conseguir su goce, el perverso necesita suprimir en el otro la condición de ser humano. El torturador, no ve a un igual en el otro, sino que ve una amenaza. Para superar el miedo a esa amenaza, el torturador busca privar al otro de su condición de sujeto, y porque no lo consigue, sigue torturando.
El creador de la picana eléctrica, no busca encontrarse con el otro en el amor. En la perversión, el otro es una amenaza de aniquilación. Por eso en la perversión dominar al otro, sojuzgarlo, destruirlo, es condición de posibilidad, para el goce. En la perversión, en el lugar de la ilusión de encontrarme con el otro para superar la soledad, está el miedo de encontrarme de igual a igual con un otro en quien veo una amenaza para mi subsistencia. El goce en la perversión, la satisfacción posible, consiste en la ilusión de ponerme a salvo, de aislarme, de sentirme protegido de esa amenaza terrible que siento en el otro. De ahí la necesidad de buscar una posición dominante, de sentirme más poderoso que el otro, para creerme a salvo de esa amenaza. Es por todo eso que podemos decir que la anomalía y la creatividad que se dan en la perversión, no tienen que ver con la alegría ni con la salud.
La anomalía y la creatividad que podemos llamar saludables, son aquellas que propenden a posibilitar el encuentro con el otro.
Esto es así porque nosotros estamos constituidos fundamentalmente por el amor. Eso que Freud nombra como la primera huella mnémica, que él suponía que podría ser la teta de la madre, no es la teta, es el amor de la madre.
Ese amor es el que permite que la criatura pueda desarrollarse como sujeto deseante. Y se va a constituir como sujeto deseante, en tanto y en cuanto sienta que ese amor completo, es imposible. Porque si el bebé siente que es el complemento perfecto de la madre, no se puede desarrollar como sujeto. Acá nos encontramos con el famoso complejo de Edipo.
Hay algunas formas de interpretar el complejo de Edipo, que yo las considero como desviaciones que causan bastante perjuicio a nuestra posibilidad de comprender al ser humano. Hay muchas versiones del complejo de Edipo. Yo les voy a contar la que me parece más útil, la que me resulta más eficaz como herramienta para ayudarme a la comprensión del ser humano.
Una de las cosas que voy a tratar de discutir, es la asimilación de las funciones psíquicas con lo que son los roles. Me parece que es importante desligar los roles de las funciones psíquicas.
Porque hay una explicación simplificada que ha tenido mucha divulgación y está tan dogmatizada, que ya es un catecismo. Y creo que tenemos que despojarnos de ese molde para poder incorporar un concepto del Edipo que nos sea útil.
Ese cuentito anquilosado dice que el nene quiere hacer el amor con la madre, pero aparece el padre y se lo prohíbe, entonces el nene desea y se crea el Edipo. No es algo loco, no es descabellado, porque por ahí va la vía por donde Freud descubrió el tema. Pero para poder afirmar que este es un conflicto universal, que afecta a todo ser humano con independencia de su contexto cultural, tenemos que olvidarnos del rol de la mamá y del rol del papá. El sujeto deseante se constituye por el hecho de buscar la repetición de su primer encuentro con el amor. Ese primer encuentro con otro ser humano, en un amor perfecto, absoluto, que marca la primera huella mnémica. En el Edipo del cuento de psicoanálisis de bolsillo, ese primer encuentro de amor está simbolizado por la madre. La madre, en el cuento, es una metáfora de ese primer encuentro de amor perfecto. Todo ser humano busca reencontrarse con el amor de otro ser humano. Y el hecho de que no lo encuentre en totalidad, sino parcialmente, es lo que lo constituye como sujeto deseante. Y esa figura de la parcialidad del goce, está constituida por todo lo que tiene que ver con la cultura. Esa imposibilidad del goce perfecto, esa necesaria parcialidad del goce que posibilita el deseo, eso es a lo que llamamos la ley del no todo, o metáfora paterna. Así como el goce perfecto es la metáfora materna. O sea que si reemplazamos a la madre por el goce absoluto y al padre por la ley del no todo, también nos sale un sujeto deseante. Con esto les estoy diciendo que la función materna y la función paterna, no tienen por qué ser cumplidas por una madre biológica y un padre biológico. Aunque la cultura lo proponga así, es una aberración pretender que no puede ser de otra manera y que cualquier modificación de ese esquema conduce a situaciones patológicas. Esta es una discusión muy interesante que se dio en el debate por la ley del matrimonio gay. En la cabeza de mucha gente hay una gran confusión, en parte por apego a un modelo cultural y en parte por una divulgación empobrecida del psicoanálisis que resulta perjudicial. A muchos les cuesta entender que en una pareja del mismo sexo pueda haber un padre y una madre. Y se problematiza la presunta dificultad para distinguir quién va a cumplir qué rol. Todo esto se debe en gran parte, a que se habla demasiado del complejo de Edipo, pero se desconoce que en las parejas heterosexuales, no siempre es el padre el que cumple el rol de padre, y no siempre es la madre la que cumple el rol de madre. El hecho de que por ejemplo, la mamá venga a la facultad, de alguna manera introduce la función psíquica de la ley del no todo, que se supone propia del rol del padre. Cuando la mamá viene a la facultad le está diciendo a su bebé que, lo adora, pero que precisamente por eso, desea otras cosas. Y si desea otras cosas, es porque él no es todo para ella. O sea que lo priva del goce total, le impone la ley del no todo que le permite seguir deseando. ¿Queda bien claro esto? La mamá que estudia, aunque lo haga con el propósito de ser una buena madre, de poder darle lo mejor a su hijo, también manifiesta que desea cosas distintas, que quiere tener una carrera profesional, que quiere ser alguien significativo en la sociedad. Y esta manifestación del deseo de su mamá, le está haciendo saber al bebé que él no es todo para ella, o sea, que esa mamá está cumpliendo el rol paterno. Pero hay infinidad de ejemplos más. Los pediatras, cuando le dan indicaciones a la mamá, que el nene tiene que mamar cada tres horas, que si se despierta antes lo dejen llorar, que si sigue durmiendo lo despierten para que se acostumbre al horario, etcétera, cada pediatra tiene su librito, y le va a imponer al bebé alguna de las ideas que la cultura tiene instaladas como lo mejor para la crianza.
Todo lo que se le aplica al chico como norma cultural, venga de la abuela, del vecino o de la curandera, todo forma parte de la función paterna. Esto de que la función materna no tiene por qué encarnar en la madre ni la función paterna tiene por qué encarnar en el padre, está archi comprobado. En historia por ejemplo, es sabido que muchos príncipes no eran amamantados por sus madres. Para eso estaban las nodrizas o amas de cría. Y las leyes las aprendían de sus preceptores. En muchos casos conocían apenas a sus padres. Y ahora pasa lo mismo con los hijos de algunos magnates. El papá y la mamá siempre están de viaje o demasiado ocupados y a los bebés los crían los abuelos o el personal de servicio. Pero si esos bebés se desarrollan como sujetos deseantes es porque alguien hizo que se sintieran amados y alguien les hizo presente la ley del no todo. Porque sin esas funciones psíquicas no hay sujeto deseante. Sólo si nos hemos sentido amados vamos a buscar el encuentro con el otro, vamos a buscar la repetición de la experiencia de amor que nos marcó esa primera huella mnémica. Esta es la versión del complejo de Edipo que yo creo que les va a servir para comprender los sufrimientos humanos:
La mamá, no es la mamá, es la metáfora materna que representa el goce absoluto del primer encuentro con el amor, y su rol puede encarnar en cualquier sujeto varón o mujer; El papá, no es el papá, sino la metáfora paterna, que representa la ley del no todo, la imposibilidad de alcanzar el goce absoluto, y su rol puede encarnar en cualquier sujeto, varón o mujer; Y el nene, no es el nene que quiere acostarse con la mamá, es el deseo del goce absoluto, es el deseo de la felicidad, que la ley del no todo nos dice que es imposible, pero la seguimos buscando. Porque somos ese nene o nena que desea vivir, para repetir el encuentro con el amor. El deseo de repetición de ese encuentro con el amor, que nos marcó la primera huella mnémica.